Cuba-USA: Un tema que concierne a todos


Graciela-PogolottiYo estaba en Nueva York, convaleciente de una operación, cuando estalló la noticia de la ruptura de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. La estancia en ese país me permitió observar cómo se iba preparando sutilmente a la opinión pública para un acontecimiento que tenía que producirse antes de la invasión de Playa Girón. Imágenes descontextualizadas, sin acompañamiento de la voz, mostraban a un Fidel gesticulando airado. Luego se produjo el desfile patético de los funcionarios que abandonaban la Isla. Al llegar al aeropuerto para regresar a Cuba, una operadora de teléfono se asombraba ante mi decisión de ir a La Habana donde, según afirmaba, corrían ríos de sangre a lo largo del Malecón.

Transcurrido medio siglo, la voluntad de restablecer los vínculos diplomáticos y de modificar una política errada parece anunciar un sesgo más civilizado con apego a normas reconocidas en el Derecho internacional. Es obvio que habrá de ser un proceso lento y difícil sembrado de interferencias. El fin del bloqueo depende de una decisión del Congreso de Estados Unidos e implica abrogar un laberíntico entramado jurídico. Pero hay algo más sutil. El presidente Obama y la subsecretaria de Estado Roberta Jacobson han afirmado con total transparencia que el cambio táctico no significa renunciar a los propósitos de doblegar por otras vías a la Revolución Cubana. Y aquí entramos de lleno en el inclaudicable respeto a la soberanía nacional. La soberanía se expresa en los símbolos patrios, delimita un territorio y reside en el pueblo. Es inalienable y se traduce en la política exterior de un país, libre de intromisiones. Del reconocimiento de este principio dimanan el respeto mutuo y la confianza entre las naciones.

En el caso de los vínculos entre Cuba y Estados Unidos, también se han construido estados de opinión difundidos en este mundo globalizado por las agencias y por la enorme proliferación de medios.

Como en la vieja fábula de Esopo inspirada en el lobo y el cordero, las razones de lo que llaman púdicamente diferendo se sustentan primero, en el contexto de la Guerra Fría, en la aparición del comunismo en el hemisferio occidental y en el apoyo de Cuba a la guerrilla latinoamericana. Luego, fue la participación en la defensa de la independencia de Angola. Ahora se enfatiza en el tema, sagrado para la humanidad toda, de los derechos humanos, aspiración que permanece como un sueño inalcanzado en un planeta donde siguen primando el ejercicio de la violencia institucionalizada mediante el uso de las armas y de las presiones de todo tipo.

La opinión pública ha sido manipulada por estereotipos sucesivos a través de mensajes persistentes y bien articulados. El fondo del conflicto radica en otra parte. Por necesidad de supervivencia, por su carácter intrínseco, el capitalismo, aún más en la fase por la que transitamos, requiere expansión ininterrumpida. La conquista de los mercados y de materias primas se afianza en una estrategia geopolítica. En ella, América Latina desempeña un papel fundamental. Cuba se orienta hacia un proyecto social de naturaleza emancipatoria. De esa contradicción raigal están conscientes los líderes de ambos países, tal y como lo han expresado en sus respectivos discursos, sin negar por ello lo conveniente, para el progresivo equilibrio del mundo, de una relación respetuosa, abierta a intercambios de diverso tipo.

En este pulsar de fuerzas que constituye la base de toda negociación, intervienen factores económicos, políticos y culturales, cada vez más decisivos en la construcción de hegemonías. El presidente José Mujica ha insistido en la importancia de este último aspecto. Pero, cuidado, el término cultura es ambiguo.

Los cubanos no somos xenófobos. Al concluir el dominio de España, no guardamos rencor contra los hijos de ese país. Durante la República neocolonial, recibimos una considerable inmigración procedente de la península ibérica. Eran los gallegos que compartían nuestra cotidianidad y sembraron familias. Se identificaron con el nuevo país donde habrían de dejar sus huesos. Mientras tanto conservaron sus tradiciones. Tampoco conocimos el antisemitismo y les dimos acogida a los judíos, popularmente llamados polacos. Por otra parte, en el ámbito de la creación artístico-literaria el diálogo con la obra de los escritores y artistas norteamericanos ha sido continuado: Mark Twain, Poe, Walt Whitman, Emily Dickinson. y muchos narradores y poetas del siglo XX, se han leído y asimilado. En las artes visuales, el expresionismo abstracto tuvo resonancia en los 50 del pasado siglo y el pop art repercutió después del triunfo de la Revolución. En la música, la relación ha sido más entrañable y profunda.

La confrontación cultural se inscribe en la manipulación articulada de los productos con sofisticadísimas técnicas de marketing y publicidad. Por esa vía se difunden a escala planetaria valores y modelos de vida inaplicables más allá de un sector de los países centrales. De esta manera se siembran en el consumidor del mensaje una visión ilusoria de la realidad y una escala de valores. La posesión de bienes se convierte en medida de la persona, atrapada en una carrera sin reposo por conquistar los símbolos materiales del éxito. La preocupación del presidente Mujica en este orden de cosas revela hasta qué punto el tema sobrepasa el ámbito cubano para manifestarse en la América Latina toda y en los países del Sur en general. Con su poder hipnótico se conforman mentalidades, se induce a la exacerbación del consumismo, se castra el desarrollo de un pensamiento crítico y se impone un sentido del tiempo apegado al efímero día a día. Bajo la falsa ilusión de abrir horizontes, limita la posibilidad de vincular presente, pasado y futuro, de cobrar conciencia identitaria de sí, de los contextos en que actuamos y de apresar la interdependencia de los factores que configuran nuestro entorno. El entendimiento del destino común de nuestra América tendrá que propiciar la configuración de proyectos culturales conjuntos que dinamicen en favor de nuestras industrias culturales los recursos disponibles, las experiencias acumuladas y los talentos dispersos. El asunto no puede enfrentarse con medidas restrictivas. De poco valen las retóricas bien intencionadas. La disyuntiva puede plantearse al modo de Simón Rodríguez: inventamos o perecemos.

Tomado deJuventud Rebelde, por Graziella Pogolotti

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